Durante mucho tiempo, los científicos creyeron
que nuestro código genético era inalterable y nos determinaba al 100%. Al fin y al cabo, los genes que componen nuestro
ADN contienen la información principal sobre quiénes somos. Son los que dan instrucciones a las células
que definirán desde el color de nuestros ojos hasta el funcionamiento de nuestros pulmones
o nuestra propensión a enfermedades como el cáncer o la diabetes. Pero la vida que uno lleva, junto con otros
factores, hace que sea más complejo. Imagínate a dos hermanos gemelos. Su ADN es idéntico, pero la manera en que
viven es muy distinta. Uno tiene una rutina más tranquila, el otro
tiene una profesión estresante. Uno hace más ejercicio, pero el otro come
mejor. Los gemelos comienzan a tener distintas características
o quizás a desarrollar diferentes enfermedades. ¿Como puede ser si su genoma es exactamente
igual? El motivo es que el cuerpo humano tiene una
forma natural de activar o desactivar algunos de nuestros genes en respuesta al ambiente
y al estilo de vida que llevamos.
Y lo hace sin modificar el ADN. Se llama epigenética Y el conjunto de sustancias químicas que
marcan el genoma y le dicen a las células qué hacer, se conoce como epigenoma. Piensa en el ADN como un manual de instrucciones
sobre cómo debería funcionar la célula. Cada célula de tu cuerpo tiene uno de estos
manuales. El epigenoma es como si alguien tomara un
paquete de marcadores de colores para enfatizar o tachar distintas partes del manual. Esta parte aquí, es más importante, acentúala. Esta, no la uses. ¿Y cómo lo hace? Cada célula de nuestro cuerpo contiene casi
dos metros de ADN. Para que este quepa dentro de una célula,
el material genético se envuelve en un conjunto de proteínas llamadas histonas y forma una
estructura compacta.
Pero eso significa que la célula no siempre
tiene acceso fácil a los genes, que le dicen qué tiene qué hacer. Aquí entra en juego la epigenética. Las marcas epigenéticas son marcadores químicos
que actúan sobre esta estructura para darle instrucciones de comprimir o descomprimir
el ADN. Si lo comprimen, la célula no puede acceder
a la información y el gen queda desactivado. En cambio, las marcas epigenéticas que descomprimen
el ADN permiten a la célula leer el gen y activarlo. Esto ya sucede cuando las primeras células
del embrión humano empiezan a dividirse. Por eso es tan importante para el bebé lo
que come su madre, su estado emocional y físico, los medicamentos y las vitaminas que toma.
Toda esa información puede transmitirse en
forma de señales químicas al bebé a través de la sangre. Si la dieta de la madre durante el embarazo
es pobre, el bebé podría nacer más propenso a la obesidad, ya que su epigenoma lo ha programado
para almacenar más calorías cada vez que tiene comida. Este fenómeno ha sido probado en varios estudios
con mujeres que pasaron por períodos de hambruna prolongada durante guerras, por ejemplo. Pero el rol del padre también es importante
porque puede transmitir algunas de sus marcas epigenéticas a su descendencia. Por ejemplo, si el padre tiene el hábito
de fumar mucho desde la adolescencia, puede que eso derive en una esperanza de vida más
corta para sus hijos e incluso para sus nietos. El epigenoma actúa en nuestro cuerpo toda
nuestra vida, no solo en la fase embrionaria. Como en el ejemplo de los gemelos, nuestros
hábitos, nuestra dieta, nuestras experiencias y el ambiente en que vivimos pueden activar
o desactivar nuestros genes.
Pero va más allá: la epigenética muestra
que la naturaleza puede haber encontrado una manera de pasar traumas a las siguientes generaciones. En un experimento, científicos hicieron que
ratones machos asociaran el olor de la flor del cerezo con el dolor causado por un choque
eléctrico. Estos ratones procrearon y sus hijos también
se ponían nerviosos cuando sentían ese olor, a pesar de no haber tenido contacto con sus
padres durante su crianza. La tercera generación de ratones, los nietos
de los primeros, también mostraron tener mayor sensibilidad a ese olor, más que a
cualquier otro.
En su ADN, los científicos encontraron marcas
epigenéticas en un gen responsable de codificar una proteína que es receptora de olores. También tenían en su cerebro más neuronas
responsables de detectar el olor de la flor del cerezo. Pero eso no quiere decir que estamos predestinados
a revivir las emociones de nuestros padres y abuelos. Los científicos aún estudian cómo este
tipo de transmisión epigenética de un trauma puede ocurrir en humanos. Aun así ya prevén que sería posible reprogramar
este mismo mecanismo para hacernos más saludables, ya que las marcas epigenéticas pueden ser
reversibles. Esto abre un enorme universo de posibilidades
en el mundo científico. Por ejemplo, hay estudios para crear medicamentos
que permiten revertir los marcadores del epigenoma que favorecen la aparición de ciertos tumores. La epigenética podría también revolucionar
el tratamiento de distintos enfermedades como la diabetes, el lupus, hasta el alzheimer
o incluso algunas adicciones.
El gran reto ahora es cómo desarrollar drogas
que actúen únicamente en los marcadores negativos, sin impactar en los marcadores
positivos. La epigenética prueba que no todo está escrito
en nuestros genes y que podemos influenciar positivamente nuestro epigenoma. Algo que no sólo nos puede beneficiar en
el presente, sino también a nuestras futuras generaciones..